Declaraciones positivas
Dios nos ha dado un arma poderosa en contra de los ataques del enemigo: nuestras declaraciones. Tan importante es que, cuando Jeremías -el profeta- es llamado al ministerio, Dios le prohíbe hacer declaraciones negativas y proclama sobre él un destino glorioso.
Jeremías capítulo 1 comenzando desde el versículo 4 vemos este diálogo: «Vino, pues, palabra de Jehová a mí, diciendo: Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué, te di por profeta a las naciones. Y yo dije: ¡Ah! ¡Ah, Señor Jehová! He aquí, no sé hablar, porque soy niño». Para entrar en el propósito absoluto de Dios tenemos que aprender a hablar; hablar como Él habla y a no juzgar (como dice 2 Corintios 10) según las apariencias.
Versículo 7, Dios le responde: «No digas: Soy un niño; porque a todo lo que te envíe irás tú, y dirás todo lo que te mande. No temas delante de ellos, porque contigo estoy para librarte, dice Jehová. Y extendió Jehová su mano y tocó mi boca, y me dijo Jehová: He aquí he puesto mis palabras en tu boca. Mira que te he puesto en este día sobre naciones y sobre reinos, para arrancar y para destruir, para arruinar y para derribar, para edificar y para plantar». Dios tocó los labios de Jeremías y declaró: ‘he puesto mis palabras en tu boca’; tú hablarás por mí. Él decía: yo no sé hablar, cómo hablar, qué decir, no tengo el control sobre mis declaraciones; sin embargo, Dios le dice: ‘ahora que toqué con Mi mano tu boca tienes Mis palabras, y hoy te establezco sobre naciones y sobre reinos para arrancar, para destruir, para arruinar, derribar, pero las palabras en la boca del profeta se las había dado para que tenga el poder de edificar y para plantar.
Dios quiere imprimir en nuestras vidas Su voluntad, y quiere tomar lo frágil de nuestra niñez, ignorancia o inocencia y marcar nuestra boca para que pronuncie palabras concretas. Palabras que cambian destinos, palabras que establecen el propósito de Dios; declaraciones positivas, convicciones firmes, y al permitírselo a Dios, nuestra vida será completamente transformada.
Hoy quiero desafiarte a que permitas que el Señor proclame Sus palabras sobre tu vida. Pienso en Gedeón que estaba escondido por miedo de los madianitas; Dios se le acerca y le dice: ‘Varón esforzado y valiente; con esta tu fuerza librarás al pueblo de mano de Madián’. Él pasó por todo un proceso hasta que creyó lo que Dios proclamaba sobre su vida. No estaba muy seguro, por eso pidió señales y cuando tuvo que derribar el altar familiar dedicado a los ídolos buscó diez criados que lo apoyen. Pero, tarde o temprano, esas palabras comenzaron a solidificarse en el corazón y en la mente de Gedeón. Luego, él solo se enfrenta con trescientos hombres a miles y miles del ejército enemigo. Ese poderoso y numeroso ejército enemigo que lo había hecho esconder en el lagar a sacudir el trigo, ahora lo enfrentaba con trescientos hombres, ¿qué pasó? ¡Creyó a las palabras de Dios! Aceptó el propósito divino para su vida, creyó cada palabra y sabía que todo lo que Dios declarase lo iba a respaldar.
Dios le daba autoridad para derribar, para destruir, para arrancar, así como también para edificar y para plantar.
Que sus palabras sean concretas, que sus declaraciones sean positivas, que se pueda basar en esas convicciones firmes, sabiendo en quién ha creído; pues ese Dios en quien cree toma autoridad sobre ese gigante con el que está peleando ¡y caerá! porque hará declaraciones positivas.
Hoy declaro el propósito de Dios para mi vida, no importa la circunstancia por la que esté pasando. Hoy declaro: ‘soy más que vencedor por medio de Aquel que dio su vida por mí’. No habrá tribulación, ni peste, ni hambre, ni desnudez, ni cosa creada ni cosa que se haya de crear que me pueda separar del amor de Dios. Yo habito bajo el abrigo del Altísimo y si estoy bajo Su sombra nada tocará mi morada; pueden caer mil a mi lado y diez mil al otro, más a mí no me tocará. Yo creo en la confesión de Dios, y sé que Él me ha puesto con autoridad y mis declaraciones serán positivas siempre, en el Nombre de Jesús. Amén y amén.