¿VENTANAS ROTAS EN SU MATRIMONIO?
domingo 18 febrero 2018

¿VENTANAS ROTAS EN SU MATRIMONIO?

En 1969, en la Universidad de Stanford, EEUU, un destacado profesor realizó un experimento de psicología social. Dejó dos autos abandonados en la calle. Eran dos vehículos idénticos, de la misma marca, modelo y color. Uno, lo dejó en el Bronx, por entonces una zona pobre y conflictiva de Nueva York; y el otro, en Palo Alto, un sector rico y tranquilo de California.

El auto abandonado en el Bronx comenzó a ser saqueado a las pocas horas. Perdió las llantas, el motor, los espejos, la radio. Todo lo aprovechable se lo llevaron, y lo que no, lo destruyeron. En cambio, el auto abandonado en Palo Alto se mantuvo intacto. Sin embargo, el experimento no finalizó ahí. Los investigadores decidieron romper un vidrio del automóvil de Palo Alto, California. El resultado fue que se desató el mismo proceso que en el Bronx de Nueva York. El robo, la violencia y el vandalismo redujeron el vehículo al mismo estado que el del barrio neoyorquino.

¿Por qué un vidrio roto, en un auto abandonado en un vecindario supuestamente seguro, es capaz de disparar todo un proceso delictivo? Evidentemente no se trata solo de pobreza, sino de algo relacionado a la psicología, al comportamiento humano y a las relaciones sociales. Un vidrio roto en un auto abandonado transmite una idea de deterioro, de desinterés, de despreocupación, que gradualmente va rompiendo los códigos de convivencia y las reglas de juego. Se degrada o decrece el valor del objeto. Cada nuevo ataque que sufre el auto reafirma y multiplica esa degradación, hasta que la escalada de actos, cada vez peores, se vuelve incontenible, desembocando en una violencia irracional.

En experimentos posteriores, otros psicólogos y sociólogos desarrollaron la “teoría de las ventanas rotas” que, desde un punto de vista criminológico, concluye que el delito es mayor en las zonas donde el descuido, el desorden y el maltrato son mayores. Según esta teoría, si se rompe el vidrio de una ventana de un edificio, y nadie lo repara, pronto estarán rotos todos los demás. Si una comunidad exhibe signos de deterioro, y esto parece no importarle a nadie, entonces allí se generará el delito. Si se cometen “pequeñas faltas”, como estacionarse en lugares prohibidos, exceder el límite de velocidad, o pasarse una luz roja, y no son sancionadas, entonces, comenzarán a desarrollarse faltas mayores. Si los parques y otros espacios públicos son deteriorados progresivamente, y nadie toma acciones al respecto, estos lugares serán abandonados por la mayoría de las personas, y serán progresivamente ocupados por delincuentes.

Cuando leí acerca de la “teoría de las ventanas rotas”, vino a mi mente un antiguo texto bíblico que, con otras palabras, sostiene la misma hipótesis a la que llegaron los estudiosos de la Universidad de Stanford. Y me llama la atención que el texto no se refiere al vandalismo, ni a al desorden civil, sino a una realidad anterior, fundante de la familia y de toda la sociedad, y mucho más propensa a sufrir “pequeñas roturas en sus ventanas”: el matrimonio.

La Biblia afirma que son las pequeñas cosas las que echan a perder una relación matrimonial (Cantares 2:15). No las grandes, sino las pequeñas. Los pequeños descuidos. Los pequeños problemas sin resolver. Las pequeñas concesiones. Esos pequeños “agujeros en la ventana” que, cuando no se reparan, alientan el desinterés, otorgan un sutil permiso para seguir descuidando otros aspectos de la relación. Lamentablemente muchas parejas van bajando su estándar matrimonial con el paso de los años. Se casan con expectativas altas, y bajo la promesa de cuidarse, de respetarse, de amarse por siempre. Pero ante los primeros “vidrios rotos”, el matrimonio, que para ellos era algo sumamente sagrado, gradualmente va perdiendo su valor, hasta convertirse en el auto saqueado de Palo Alto, California.

No estoy diciendo que en el matrimonio no hayan vidrios rotos. Claro que los hay. Lo que digo es que el verdadero problema no es la rotura en sí, sino la negligencia a la hora de repararlos. El problema surge cuando permanecemos pasivos ante esas pequeñas actitudes, formas o hábitos negativos que fuimos desarrollando en la relación, y que no corresponden al ideal del matrimonio: disfrute, ayuda y perfeccionamiento mutuo, crecimiento compartido… ¡Cuántos matrimonios se han acostumbrado a vivir por debajo de sus posibilidades! El problema no es el vidrio roto, sino carecer de voluntad para repararlo. Y no solo eso: el mayor de los problemas es que la “pequeña” rotura desatendida tarde o temprano desencadenará otras roturas peores. Cuando no prestamos atención al vidrio roto, sin darnos cuenta desatamos una escalada de deterioro, y lo que empezó como un pequeño agujero termina convirtiéndose en un auto completamente saqueado. Una “pequeña falta de respeto” lleva a un “pequeño insulto”, y éste a su vez, le da permiso a una “pequeña expresión violenta”, que al poco tiempo se convierte en un “pequeño golpe”, que a su vez… No hace falta completar la frase.

El consejo de la Biblia es sumamente claro: ¡atiendan las pequeñas cosas! ¡ojo con los pequeños agujeritos en la ventana! ¡no sean negligentes! ¡no sean permisivos! ¡no se acostumbren a vivir con vidrios rotos!. Los animo a sentarse como matrimonio y, bajo la convicción de que Dios está con ustedes para ayudarlos, hagan una lista de los “vidrios rotos” que tienen que reparar en casa. ¡Jamás abandonen los ideales con los que se casaron! Y sobre todo, no abandonen su matrimonio en zona de saqueadores.

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