PADRES PRESENTES QUE OFRECEN VALÍA
“Los frutos del vientre, son nuestra recompensa” Salmos 127:3 b RVC
¡Qué importante es entender la trascendencia de dar afecto y estima a nuestros hijos!
Pocos son los padres que entienden la dimensión de lo que significan las marcas de aliento o desaliento en ellos. Una de las cosas más maravillosas de la vida es descubrir que nuestro ADN es el de los hijos. Somos hijos de un Padre maravilloso, Todopoderoso y Omnipotente, pero al mismo tiempo, lleno de un amor inconmensurable para con nosotros: sus hijos.
Qué seguridad y que firmeza nos da el saber que tenemos un Padre que cada día nos demuestra cuanto nos ama de infinitas maneras. Así como anhelamos estar en el centro de la Voluntad de Dios, en tantas cosas, no debemos desentonar en la que seguramente es una de las prioridades para Él, el Padre que nos ama y nos lo hace saber y sentir.
Cuando un padre da valía a su hijo, reconoce que vale, que es lo más importante para él aquí en la tierra, esa huella dará fruto por generaciones.
Es necesario que esa estima, ese amor, no sea solo nominal o sobreentendido, sino audible y práctico. ¡Sí, tienes que decirle a tu hijo/a cuanto lo amas/la amas y demostrárselo con acciones visibles! Una palabra de estima dicha por un padre a un hijo, es el mayor antídoto para cualquier rechazo que pueda recibir en la vida. La falta de amor produce, forma, hijos inseguros, temerosos. Por el contrario, el afecto práctico le dará seguridad y valor.
Un abrazo, un beso, sin importar el sexo del hijo/a, cobrarán vida en cada circunstancia difícil que le toque atravesar a lo largo de su vida.
Te comparto ahora un testimonio:
Un día un papá me pidió ayuda con su hijo adolecente. Nunca le había demostrado cuanto lo amaba, pues lo daba por sentado, pero lo veía cada vez más lejos. Le dije: “Invítalo a tomar un café, como lo estamos haciendo ahora nosotros en este bar. Se va a sorprender pero sigue adelante y cuando se concrete la cita, seguramente el pensará que hizo algo malo; tu disimula y habla de cualquier cosa, como lo harías con un amigo”.
Así fue, se encontraron y el muchacho tembloroso al ver que pasaban los minutos y el papá no le decía nada, irrumpió: “papá, dime qué hice y listo”. “Nada hijo”, le respondió el padre. El joven retrucó: “Entonces, ¿qué hiciste tú? “ Nada hijo” y así terminó la cita, con un contenido de temas de afecto mutuo, pero con la incertidumbre del hijo de no entender que pasaba.
Lo desafié a repetir la invitación la semana siguiente. Se repitió la escena y durante la conversación informal, en la que el padre preguntó por cosas que solo al hijo le importaban, el muchacho lo miró fijo con sus ojos vidriosos y le preguntó: “Papi, ¿es verdad que el motivo de estos encuentros es solo charlar conmigo? “ Si, hijo, respondió el papá. El joven, entre sollozos, le dijo: “ Este es el mejor día de mi vida, Papá, no sabes lo que significa para mí, no solo me hiciste feliz, sino que algún día cuando tenga un hijo, lo invitaré a tomar un café”.
Dios nos dio una prioridad como padres que consiste en sembrar el mismo amor que Él nos da cada día. Esa en tu prioridad, papá; esa es tu prioridad, mamá. Podrás tener grandes logros en la vida pero sin este galardón, tu dicha será incompleta. ¡Dios te bendiga!