LA IGLESIA IMPERFECTA: CÓMO LOGRAR EL AFIANZAMIENTO EN LAS CONGREGACIONES LOCALES
Por un lado, cualquier manifestación de las congregaciones locales muestra el ideal del completamiento moral y espiritual por nuestra posición en Cristo. No casualmente ni mucho menos por error las cartas apostólicas de Pablo se refieren a las iglesias a las cuales les enviaba sus cartas como “santos”, pues en la visión y el enfoque inspirado del Señor las considera como un “producto terminado”, completado. Desde aquella recordada expresión profética del mismo Señor “yo edificaré mi iglesia” (Mateo 16:18), se puede revelar una naturaleza directamente alineada a los valores y a los parámetros del Reino con todo lo que ello implica.
Por supuesto que si asociamos a la iglesia con Su fundador, con Su edificador, con Su cabeza y con Su propietario no podemos ignorar su naturaleza ideal y perfecta, ya que se trata de la misma persona de Cristo. Toda la literatura bíblica del Nuevo Testamento apunta a robustecer nuestra vocación de no renunciar al ideal de la vida cristiana en materia integral para con la iglesia, respetando la correcta antropología cristiana de que el ser humano es cuerpo, alma y espíritu (1 Tesalonicenses 5:23).
El ideal es lo que Dios quiere que la iglesia sea y haga. Esa es la razón por la cual existe tanto material bíblico que nos conduce a ese ideal que, desde la perspectivadel Señor, debe ser irrenunciable para Su iglesia. Cualquier creyente, por más sencillo que sea, distingue que la iglesia no es una entidad más, una organización más, una asociación más. Sabe, percibe e interpreta que la comunidad de fe es algo verdaderamente especial, y esa “aureola” de especial la da precisamente Aquel que la creó y la compró. Nadie desconoce ese especial toque distintivo que tiene la iglesia de Cristo que, en sí misma, la hace diferente a cualquier otro tipo de comunidad. Pero también es necesario establecer la otra naturaleza que tiene la iglesia, que está caracterizada por nosotros, sus componentes humanos redimidos, creyentes en proceso de transformación, pecadores en recuperación que seguimos siendo por nuestra posición en Cristo “santos”, pero nuestro estado de completamiento nos lleva al panorama de la iglesia real la cual es imperfecta. Son las propias Escrituras que revelan en las mismas cartas apostólicas que Pablo les escribe a los “santos” en su posición en Cristo que corrijan su carácter, que mejoren sus conductas, que se relacionen mejor con sus hermanos, que ajusten su moral, que abandonen sus murmuraciones, que no se dividan más, en definitiva, que estén alineados con el “ideal” de la iglesia, pero sin negar su condición real.
Es una experiencia repetida en la vida de los nuevos creyentes que llegan al Reino de Dios idealizar de tal manera a las comunidades de fe que sufren tremendamente ante las primeras expresiones de la iglesia real. La decepción y la frustración es enorme cuando el hermano o la hermana que, equivocadamente, valoró al hermano o hermana más experimentado como si fuera un ángel imposibilitado de pecar, descubre en estos sus errores, sus pasiones y sus pecados. La iglesia real es imperfecta. La comunidad local en la que usted se congrega es imperfecta, y lamento desilusionarlo si pensaba lo contrario. Es imperfecta pues está compuesta por usted y por mí, que seguimos siendo pecadores en recuperación, sin dejar de ser “santos” por nuestra posición en Cristo Jesús. Cuando aceptamos y procesamos esta realidad, cualquier decepción o frustración que experimentemos en nuestras iglesias locales no serán un motivo definitorio para salir de esa congregación, y aunque estemos expuestos al dolor y a algún nivel de desencanto, los mismos no operarán como fuerza desencadenante para abandonar a la comunidad de fe donde se produjo esa decepción, sino que influirán en nuestro ser interior para producir un aprendizaje y corregir de nuestra parte aquello que debe ser corregido.
Lógicamente, enfatizamos que reconocer la imperfección de la iglesia real no significa justificar o promover el pecado como “sistema”, sino sencillamente describir una realidad para que, por intermedio de la guía del Señor, de la enseñanza, del discipulado sistemático y de otras herramientas, la iglesia pueda ir concretando su completamiento. Hemos visto a lo largo de nuestra historia personal como la generación de nuestros padres y abuelos sufría por sus congregaciones locales, aplicando de una manera más que pragmática la firme declaración apostólica de que “el amor es sufrido”(1 Corintios 13: 4-7). Cuando procesamos correctamente esta idea de que la iglesia es imperfecta, y al mismo tiempo nuestro sentido de pertenencia a la misma nos lleva en algún momento a sufrir por alguna circunstancia que la misma esté viviendo, no consideraremos tan fácilmente la posibilidad de emigrar de ella.
El problema central que subyace en este punto es que existe una mentalidad claramente influenciada por el sistema ideológico postmodernista que asume que no hay nada más incompatible que el sufrimiento alineado a la iglesia. En otras palabras, la iglesia no es un lugar para sufrir, y como no es un lugar para sufrir, hay que retirarse de ella ante el menor síntoma de sufrimiento personal. Es evidente que los que adhieren a la línea de pensamiento precedente tendrán sobrados y justificados motivos para rotar, inclusive de manera permanente, de una congregación a otra, de hecho he conocido y conozco muchos hermanos en esa posición. En la iglesia imperfecta es una realidad que en algunas circunstancias uno experimente sufrimiento. Situaciones tensas, crisis de liderazgo, cambios de paradigmas eclesiales, escándalos morales o financieros de los líderes y otros factores pueden y deben causar algún nivel de sufrimiento, pero ¿son siempre esas causas suficientemente valederas para abandonar la congregación local?
No es casualidad que en los últimos años uno de los más populares cultos pseudoevangélicos que tiene una presencia impresionante en los medios de comunicación social y que desarrolla una aceitada metodología sincretista de fe utiliza el lema “Pare de sufrir” como estrategia marketinera con muy buenos resultados a la vista. Pese a esto, es más que evidente el alejamiento del verdadero sentido del discipulado cristiano que alberga esta manera de pensar. Placer para la “carne”, comodidad religiosa, ausencia de sufrimiento y “exitismo” son sinónimos en la gramática postmoderna. El único problema aquí es que la iglesia que Cristo compró con Su sangre está muy lejos de ser un parque de diversiones espiritual ni una casa de comidas rápidas. Está muy, pero muy alejada del concepto hipermodernista que moldea nuestra actual cultura en la que reinan la relativización de los valores y de las verdades, y el culto al “yo” en su búsqueda irrefrenable de todo tipo de hedonismo, inclusive el paradójicamente espiritual. La iglesia de Cristo, compuesta por los redimidos y que se expone por medio de congregaciones locales en las ciudades y pueblos, aunque imperfecta por nuestra composición, es digna del más preciado de nuestros respetos y consideraciones, pues su valor, como mencionamos, está centrado en su verdadero propietario.
En su obra “Renueva mi iglesia”, David Haney, uno de los autores que en la década del setenta influyó en los conceptos de renovación de la iglesia local en el contexto de los Estados Unidos, afirmó:
“La iglesia local, aun con sus imperfecciones, sus pecados y sus divisiones, sigue siendo la mejor herramienta para el verdadero creyente. Sin ella la vida del creyente sería peor”.
Es de fundamental importancia en tiempos como los actuales, donde se cuestiona la validez y la pertenencia de la iglesia local, reflexionar sobre la afirmación anterior. La promesa del Señor sigue teniendo la misma vigencia de siempre: Él edificará Su iglesia, de hecho lo está haciendo, y no se detiene en esa edificación. Su trabajo lo hace sobre nuestras imperfecciones, nuestras debilidades, nuestras incomprensiones. Un estado de desarrollo espiritual y madurez será más que necesario en este tiempo para poder avanzar en el afianzamiento de las congregaciones locales que materialicen su estabilidad con hombres y mujeres que decidan “quedarse” cuando se presenten situaciones que pongan en evidencia la imperfección de la iglesia.